#012 🐕 Las grandes mentes de la filosofía (II): la secta del perro
Entradas para el próximo kaizen en directo, la belleza como criterio de la ciencia y 7 de las 28 razones por las que la liamos parda
Tras la muerte de Sócrates, sus seguidores siguieron filosofando. Algunos, como Platón, tomaron del maestro la curiosidad por buscar definiciones universales y objetivas; otros, como Antístenes, prefirieron la ironía, el cuestionamiento incómodo de lo establecido y la vida frugal. Mientras Platón teorizó sobre las Ideas en la Academia, Antístenes removió conciencias en las calles. En esta segunda edición de «Las grandes mentes de la historia de la filosofía», exploraremos el cinismo y algunos de sus mayores exponentes.
En la actualidad, cuando escuchamos «cinismo» se nos viene a la cabeza una persona que ha perdido la esperanza, vive desencantada con el mundo, desconfía de cualquiera, se queja constantemente y actúa sin vergüenza ni pudor alguno. Una joyita, vamos. Pero en la Antigua Grecia el cinismo era una filosofía. Y no era una escuela filosófica al uso: ni tenían un lugar fijo como otras corrientes, ni contaban con complejos sistemas teóricos con una Lógica, una Física y una Metafísica. El cinismo era una forma de vida, una actitud vital.
Los cínicos aspiraban a vivir acorde a la naturaleza. Lo que para ellos significaba perseguir únicamente la virtud. Una virtud entendida como el florecimiento del individuo, la ausencia de deseos, la independencia de los bienes materiales, la autoridad vigente y las opiniones ajenas, y el esfuerzo que conlleva actuar de esta forma. Una virtud que se basta a sí misma para ser feliz. Los cínicos tomaron como modelo a Hércules, ejemplo del estilo de vida austero basado en el esfuerzo y la ausencia de deseos que buscaban imitar.
Esta forma de vida tiene como valor fundamental la libertad. Por un lado, la libertad de bastarse a uno mismo sin caer presa de deseos ni de convenciones sociales. Por otro, la libertad de poder expresar la verdad, aún cuando implique evidenciar y cuestionar lo establecido.
Para criticar al poder, los cínicos llevaron la ironía socrática al extremo, riéndose por igual de tiranos y académicos, y utilizando la burla y el humor para mostrar las costuras de la sociedad.
Y hasta aquí la teoría del cinismo. Porque lo mejor –y más divertido– de esta filosofía son las personas que la pusieron en práctica.
El fundador del cinismo: Antístenes
Antístenes fue apodado «el Perro Sencillo». Seguidor de Sócrates, no conectó con las enseñanzas de Platón y empezó a divulgar su propia filosofía en el gimnasio de Cinosargo (proveniente de kýōn argós, «perro ágil»). Se cree que de ahí proviene el nombre de cínico (kynikós, «similar al perro»). Aunque se relaciona también con la similitud del estilo de vida de estos filósofos, que se dedicaban a vagar por las calles con sus escasas pertenencias, con el de los perros.
De Antístenes se dice que afirmaba continuamente que prefería someterse a la locura antes que al placer. También, que prefería caer entre cuervos que entre aduladores, ya que los cuervos devoran cadáveres, y los aduladores, seres vivos. Cuando uno le dijo: «Muchos te elogian», respondió: «¿Pues qué he hecho mal?».
Antístenes puso las bases, pero si por alguien ha pasado a la historia el cinismo fue por uno de sus seguidores: Diógenes.
El ideal cínico: Diógenes de Sínope
Diógenes de Sínope llevó las ideas de Antístenes al extremo, ejemplificando el ideal de vida cínico. Digno sucesor de su maestro, sus acciones le ganaron un apodo similar: «el Perro». El historiador Diógenes Laercio recoge algunas de las divertidas anécdotas de su vida.
Cuando Diógenes observó que un niño bebía con sus manos, arrojó su copa, diciendo: «Un niño me ha aventajado en sencillez». Arrojó igualmente el plato, al ver a otro niño que, como se le había roto el cuenco, recogía sus lentejas en la corteza del pan.
Diógenes estaba tomando el sol un día cuando ante él se plantó el gran Alejandro Magno y le dijo: «Pídeme lo que quieras». El Perro le contestó: «No me hagas sombra».
Cuando Platón definió al hombre como «animal bípedo implume», obtuvo aplausos. Diógenes desplumó un gallo y lo introdujo en la escuela y dijo: «Aquí está el hombre de Platón», poniendo en evidencia los límites de las definiciones y dejando en ridículo al líder de la Academia.
Una vez que se masturbaba en medio del ágora, Diógenes comentó: «¡Ojalá fuera posible frotarse también el vientre para no tener hambre!».
Cuando pedía limosna a una estatua y le preguntaron por qué lo hacía, contestó: «Me acostumbro a ser rechazado».
Platón, al ver a Diógenes lavar unas lechugas, se le acercó y le dijo: «Si adularas a Dionisio, no lavarías lechugas». Y él respondió: «Y si tú lavaras lechugas no adularías a Dionisio».
Y estas son sólo algunas de las anécdotas del mayor exponente del cinismo. Antes de terminar con esta filosofía merece mención otro de sus mayores exponentes.
Una de las primeras mujeres filósofas: Hiparquía
A diferencia de la mayoría de escuelas filosóficas, destinadas a la élite, los cínicos admitían a cualquier persona dispuesta a abrazar su forma de vida. No podemos hablar del cinismo sin dedicarle unas líneas a una de las primeras mujeres filósofas que conocemos: Hiparquía.
Se cree que procedía de una familia noble y que era hermana del cínico Metrocles. A pesar de la oposición de su familia, abrazó el cinismo, renunciando a sus propiedades y a una vida cómoda. Se terminó casando con otro filósofo cínico: Crates de Tebas, con quien siguiendo el estilo de vida del perro, no le importaba tener relaciones sexuales en público.
El legado cínico
El uso del humor y la ironía para cuestionar las convenciones sociales y el poder, sigue siendo una herramienta –usada sobre todo por los humoristas– para navegar el terreno de lo políticamente incorrecto. Además, los cínicos legaron sus enseñanzas al estoicismo y a religiones como el cristianismo. Zenón de Citio, fundador de la filosofía estoica, fue alumno del cínico Crates de Tebas, quien aprendió de Diógenes. A través de la escuela estoica, muchos valores cínicos como la austeridad o la ausencia de deseos, serían recuperados por diferentes religiones como el cristianismo, especialmente por sus órdenes monacales.
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