#027 🗺️ La verdad: ni objetiva, ni unívoca, ni universal
Las cuatro voces de la verdad, vivir es contradecirse, encuentro presencial en Barcelona y mucho más
La verdad es un tema muy recurrente en kaizen. Todos conocemos a una persona que ha dedicado todo un libro a cuestionarse lo que vemos, sentimos, pensamos y recordamos 🍅. Una forma, al fin y al cabo, de preguntarse cómo nos relacionamos con la verdad.
Ese alguien también tiene un podcast por el que han pasado personas fascinantes, cada cual con diferentes opiniones sobre qué es eso a lo que llamamos verdad. Hoy hemos querido profundizar en el tema con una de ellas, Máximo Gavete, para que nos cuente, en este medio más reposado que es el texto, las cuatro voces de la verdad y cómo se hablan entre sí.
Máximo diseña (actualmente en Cabify), enseña filosofía en el Instituto Tramontana y escribe Honos: una newsletter dominical muy recomendable en la que comparte reflexiones sobre el diseño, la cultura y la filosofía.
Este 24 de mayo empieza la 5ª edición del curso Filosofía como ventaja táctica en el Instituto Tramontana (yo, Sergio, como alumno de la 3ª edición sólo puedo recomendarlo). La Verdad es el concepto que cierra el programa, en el que también se habla y se aprende sobre la Belleza, la Libertad y el Individuo. Si disfrutas de este texto, disfrutarás mucho más de las clases de Máximo en el Instituto.
🗺️ La verdad: ni objetiva, ni unívoca, ni universal
Hay quienes sostienen que la verdad es una cualidad de los juicios que significa adecuación a la realidad. Es decir, cualquier mirada hacia el mundo —definido este como aquello que no soy yo— es un enunciado sobre dicho mundo y lo que determina la veracidad o falsedad del enunciado es que se adecue o no a este. Quienes sostienen eso afirman que esa es la única verdad —verdad, verdadera decíamos de pequeños los de mi generación— y que por tanto, hay una verdad única. No es el suyo un punto de vista que yo comparta. Y aunque ese enfoque se ha mantenido durante siglos, lo cierto es que es más reductivo que revelador. En lo que sigue, intentaré exponer que, lejos de ser unívoca, la verdad se despliega en al menos cuatro formas, cuatro voces, cuatro sentidos, y que estas han sido el fundamento sobre el cual nos hemos construido culturalmente. Trataré de evidenciar cómo la verdad no es simplemente una constante que se pueda medir en relación con lo dado, sino que es un constructo complejo mediado por el lenguaje y por nuestras diferentes miradas y perspectivas.
Las cuatro voces de la verdad
Julián Marías fue un buen filósofo y aún mejor profesor de filosofía. Fue padre del conocido escritor Javier Marías y discípulo de Ortega y Gasset, con quien fundó el Instituto de Humanidades en Madrid. Su didáctica mirada está muy presente en mis clases. En su libro Introducción a la Filosofía, hay un capítulo titulado Tres sentidos de la Verdad. Cuenta Marías de manera exquisita, como nuestro lenguaje, el castellano —aunque es ampliable a cualquier lengua romance— tiene naturalizados y, por tanto, olvidados tres sentidos originarios y distintos del concepto de verdad. Cada uno de estos sentidos de la verdad nos llega desde una lengua distinta, desde un punto de vista distinto, incluso desde un modo distinto de entender el tiempo. Estas lenguas, estos idiomas, son los que, para Marías, han construido la forma en la que miramos el mundo hoy: el griego, el hebreo y el latín.
La primera de estas tres verdades es la Aletheia, la verdad griega. La verdad como descubrimiento, como desvelamiento. La verdad que, mediante el logos, saca a la luz lo que permanecía olvidado, velado, en sombra. La Aletheia expone a la luz una verdad que está en un tiempo presente. Algo hay ahí y hay que descubrirlo ahora.
Hay una segunda verdad Emet, la verdad en hebreo. Esta es, en cambio, la verdad que se cumple. Algo es verdad (Emet) cuando lo dicho se lleva a cabo, cuando sucede lo esperado, aquello que estaba escrito (por Dios). Emet comparte raíz con emuná, que llegará al castellano como «amén», esto es: así sea, se cumpla. Emet es la verdad que se cumple en un tiempo futuro.
La tercera es la Veritas, la verdad latina. Una verdad que apunta al rigor de lo dicho, a la exactitud entre lo narrado y lo sucedido. La veritas opera en la concordancia entre lo que decimos que pasó y lo que pasó realmente. Es la veracidad del relato sobre el hecho. La veritas latina certifica la verdad de aquello que sucedió en un tiempo ya pasado.
¿A qué verdad nos referimos en castellano cuando decimos «verdad»?, ¿a todas a la vez?, ¿a ninguna en concreto? ¿Cuál es nuestra verdad? Vivimos perdidos en la traducción, como Bill Murray por las calles de Tokio en aquella película de Sofia Coppola.
Siempre me ha llamado la atención como Julián Marías ignoró de forma tan patente una cuarta y última verdad. Supongo que todos somos hijos de nuestro tiempo y no hay nada que reprochar al maestro. Siendo sinceros, ni siquiera hoy admitimos que falta una pieza en el puzle que nos conforma, que hubo una cuarta lengua, un cuarto punto de vista, un cuarto tiempo… y que ocho siglos son muchos siglos para no dejar una huella profunda en la materia con la que estamos hechos.
Al Haqq es la verdad en árabe. Al Haqq no es una verdad positiva como sí lo son las tres anteriores. Quizá sea esa la clave de que se nos resista. Su propósito no es el de sumar conocimiento, sino el de conmocionarnos. La verdad árabe no se apoya tanto sobre lo que se descubre, lleva a cabo o se certifica, sino sobre cómo esa verdad nos conmociona, desestabiliza y nos deja perplejos a nosotros mismos. Con Al Haqq algo se rompe dentro de ti, no haciéndote más poderoso, sino más inocente, más niño. En árabe, la verdad no «se dice» porque no es un predicado de las cosas, sino una vivencia interior. Al Haqq no opera realmente en ningún tiempo externo, ya sea pasado, presente o futuro, porque lo hace en un tiempo íntimo, un tiempo interior. ¡Qué verdad tan extraña!, ¿verdad? ¿Cuánto quedará de esa verdad en nosotros, si es que queda algo? Lo desconozco, pero siendo el castellano el idioma con más palabras árabes con excepción del mismo árabe, qué raro sería que no quedara rastro alguno de una palabra tan relevante como «verdad».
Si todo esto puede parecer solo un juego de palabras, una mera cuestión semántica, es porque nos olvidamos de que la verdad es precisamente un tema semántico. No solo desde la óptica de la filosofía o la lingüística, sino también desde la matemática. La ciencia por excelencia a la que apelamos para decir que hay verdades fijas hace casi un siglo que dejó de interesarle la verdad como un absoluto.
Las verdad como la suma de perspectivas
La obra del matemático Alfred Tarski La concepción semántica de la verdad (1944) ya fue una estocada mortal a la idea de una verdad ajena a la semántica, pero como no os vais a leer semejante tostón de lógica matemática, os animo encarecidamente a que veais este fragmento de vídeo del matemático Eduardo Sáenz de Cabezón intentando explicar a Jordi Wild porque 0 elevado a 0 es 1. Poned especial atención en el lenguaje y los términos que usa: «0 elevado a 0 es 1 en según que contextos», «en álgebra nos conviene que sea 1», «para que funcione bien nos conviene que sea 1», «los matemáticos tomamos una decisión: elegir lo que menos estropea».
Ante la pregunta «¿Es verdad que 0 elevado a 0 es 1?», los matemáticos responden «hemos acordado que lo que más nos conviene es que sea 1». Entre decir que «la verdad es la adecuación a la realidad» y esa respuesta hay un abismo en el que la verdad como un universal objetivo ha desaparecido. Resulta que «la verdad» matemática es un acuerdo entre matemáticos. Debe de ser que la matemática es también posmoderna. Si hasta las ciencias puras han desistido en su búsqueda de una verdad objetiva, ¿no sería más conveniente dedicar nuestro esfuerzo a encontrar otro tipo de verdad?
Alexander Grothendieck, matemático ganador de la Medalla Fields en 1966, escribió en Cosechas y Siembras: «Un punto de vista es limitado en sí mismo. Nos entrega una visión singular del paisaje. Solo cuando se combinan miradas complementarias sobre la misma realidad podemos tener un acceso más completo al saber de las cosas». Es fascinante la coincidencia de miradas que existe entre Grothendieck y Ortega y Gasset. En ellos hay claves excelentes para entender qué es la verdad y qué es la realidad.
En su obra El tema de nuestro tiempo, Ortega asumió la difícil tarea de mediar, de hacer de puente, entre la postura dogmática que dice que la verdad es una, y la postura relativista que afirma que no hay verdades o que cada uno tiene su propia verdad. Ortega dirá que la forma que tiene de dársenos la realidad es siempre en perspectiva, que lejos de ser una deformación de la realidad, la perspectiva es la manera en la que la realidad se nos aparece. La realidad siempre se nos da circunstanciada, se nos presenta situada y contextualizada, se nos da «en escorzo», escribirá Ortega. Por tanto, no hay una única realidad, no hay una única verdad, sino que la verdad es un acuerdo entre puntos de vista, una suma de miradas y perspectivas, como igualmente afirmaba Grothendieck. ¿Ven el mismo paisaje un labriego, un pintor y un cazador? se preguntaba Ortega. Naturalmente, no. Y no es que los tres estén confundidos, ni es que los tres tengan razón, sino que si queremos hablar del paisaje hay que tener en cuenta las tres perspectivas: es ahí donde está el paisaje verdadero, en el acuerdo entre los distintos puntos de vista. Por cierto, no deja de ser curioso que uno de los primeros filósofos que escribió sobre el concepto de perspectiva —casi 300 años antes que Ortega— fuera Leibniz, que además de filósofo, fue uno de los matemáticos más excelsos de la historia.
En este sentido, la verdad no es un destino al que llegamos, sino un viaje en el que participamos todos, cada uno desde su perspectiva, desde su experiencia. Es la suma de miradas, de interpretaciones que, aunque nunca coinciden completamente, se enriquecen mutuamente al reconocerse en su pluralidad. Al igual que el paisaje de Ortega, la verdad se organiza en el diálogo, en la intersección de los puntos de vista, en el entendimiento compartido. Quizá, entonces, la verdadera tarea no sea buscar una verdad única, objetiva, universal y definitiva, sino aprender a escuchar las diferentes verdades que nos hablan desde distintas voces, y reconocer que cada una de ellas, en su particularidad, forma parte del todo. La verdad, como el mapa que habitamos, no es una línea recta, sino un espacio que se va trazando con cada paso que damos, con cada nueva perspectiva que somos capaces de integrar.
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👁️ Máximo nos recomienda
Dos libros accesibles de ensayo filosófico para entender miradas actuales y no nostálgicas sobre el problema de la realidad y la verdad.
El día que inventamos la realidad de Javier Argüello (2025)
Un libro que ha sido publicado recientemente y que con un tono ameno, entretenido y de lenguaje accesible, da claves para entender que aquello a lo que llamamos realidad no es otra cosa que un constructo determinado por la mirada de cada tiempo. Lo cual no hace de la realidad una entidad menor o de estatus inferior, sino que nos hace a nosotros responsables de ella en cuanto inventores suyos que somos. Argüello aporta referencias significativas de la Historia, la filosofía o la matemática para relatar cómo tanto las mitologías antiguas como el discurso científico no son otra cosa que ficciones que nos contamos para habitar nuestro entorno. Ficciones útiles que refinamos y pulimos para que nos ayuden a vivir mejor, pero ficciones al fin y al cabo. Si acaso hay una realidad, no tenemos un acceso directo a ella, solo tenemos los relatos.
Por qué el mundo no existe de Markus Gabriel (2015)
Gabriel es un autor que intenta superar una visión constructivista de la realidad y tender un puente entre el materialismo determinista y el relativismo nihilista. Algo similar a lo que hizo Ortega y yo os contaba en el texto. Incluso llega a usar ejemplos muy similares a los del filósofo madrileño. Para Gabriel no existe un mundo, sino «campos de sentido» específicos. A diferencia de otros textos filosóficos densos, Gabriel utiliza un lenguaje claro y ejemplos de la cultura pop —como Seinfeld, The Walking Dead o Cómo conocí a vuestra madre— para ilustrar conceptos complejos. Esto hace que el libro sea accesible —aunque algo menos que el de Argüello— incluso si no has leído nada de filosofía previamente.
Un artículo muy interesante, la verdad!! Me ha hecho reflexionar no sólo sobre las distintas visiones y posiciones entorno al descubrimiento y presentación de la verdad vista desde distintas culturas.
Llámame reduccionista, veo un hilo conductor en las distintas verdades presentadas, pero tengo la sensación que poco hemos avanzado desde la idea de Platón con su mito de la caverna. La verdad presentada como una sobra proyectada.
Particularmente gracias por aportar un poquito de kaizen a mí vida.
Que interesante: Al Haqq no opera realmente en ningún tiempo externo, ya sea pasado, presente o futuro, porque lo hace en un tiempo íntimo, un tiempo interior. Gracias.